Son 385 Pacientes en estado de abandono familiar los que viven en el centro psiquiátrico. Llevan más de 30 años internados. Muchos de los pacientes de pabellones para ancianos y con retardo mental han sido dados de alta, pero no pueden salir debido al rechazo de sus familias. Aquí un vistazo a sus vidas.
Fuente: La República
La demencia abandonó sus ojos. La expresión de sus rostros ya no es de locura, pero deben resignarse a permanecer en los pasillos de un hospital psiquiátrico. Son 385 pacientes que perdieron
la razónde manera intempestiva y, aunque muchos ya fueron dados de alta, el abandono y olvido de sus familias les impide retornar a la realidad.
La historia de Eliane (76) comienza en un basural. Un día cruzó el umbral de su casa y olvidó la ruta de regreso, el rostro de sus padres y el llanto de su hija recién nacida. La vida en las calles aumentó sus delirios. “Oía voces que me insultaban y veía animales salvajes que amenazaban con atacarme”, cuenta mientras presiona fuertemente los ojos, como atrapando los recuerdos que se escapan.
Ellos y la soledad
Los doctores del hospital Víctor Larco Herrera aseguran que esta mujer permanece internada desde hace 41 años por padecer de esquizofrenia, sin embargo, las visitas que recibe son casi nulas. “Yo vivía en
Jesús María, allá era feliz toda la vida. No sé cómo llegué aquí, pero una noche
vino mi hija al hospital y le pregunté si me iba a llevar. Me respondió que estaba muy ocupada y se fue. No volvió más”, asegura Eliane.
De pronto, el pabellón 2 de Psicogeriatría (con una población de 64 adultos mayores con enfermedades mentales) se convierte en una pista de baile. Pacientes y enfermeros danzan en el centro con una emoción contagiante.
Es parte de las terapias diarias, así que Eliane se une al grupo. En su lugar sale Isabel, una sexagenaria de impresionantes ojos verdes que recuerda el nombre completo de sus padres, la dirección exacta de su casa, pero no la psicosis que atacó su mente.
Se dice que nació al norte del país y vino a Lima como doméstica. También que cuando la encontraron en la calle tenía delirios de persecución. Lo cierto es que ella solo mantiene en su memoria que alguna vez un médico le prohibió criar a sus hijos por razones de seguridad. Así amaneció una mañana en el hospital psiquiátrico, y así pasó el resto de sus días.
Libertad negada
Han pasado 30 años desde esa vez. Hoy los reportes del nosocomio dicen que ella se encuentra apta para salir de alta, que debe volver con su familia para reinsertarse a la sociedad y seguir el tratamiento desde su casa. Pero la libertad le ha sido negada.
Sus propios familiares fueron quienes cerraron las puertas que la llevarían de regreso a la realidad, los que se han hecho de oídos sordos a los gritos de Isabel que los espera y que, a pesar de recordarla, solo han ido a visitarla un par de veces desde aquel lejano 1969.
En el Larco Herrera las historias de vida de los pacientes se escriben a medias. Deben descifrarse entre sus desvaríos y ratos de conciencia. Y resulta más difícil aún intentar rehacer su pasado, cuando los recuerdos de aquellos desamparados se niegan a salir con palabras.
Ese es el caso del pabellón 8, que alberga a 41 pacientes con psicosis y retardo, 31 de ellos con severos problemas de lenguaje, y solo cinco con familia, aunque las visitas son muy reducidas.
“Nuestro trabajo es muy recargado porque son pacientes que se comunican poco. Son muy dependientes, hay que asearlos y vestirlos. Demandan mucha atención, se comportan como bebés, incluso a veces comen
tierra o pasto y siempre debemos vigilarlos cuando desean ir al baño”, cuenta Luis Bonelli, médico a cargo del pabellón.
Entonces Irene (45) se acerca. Interrumpe la conversación. “¿Tú eres la señora que yo esperaba, no?”, pregunta convencidísima. “Sí”, le digo, y entonces no se despega de mis pasos. ¿Qué edad tienes?, pregunto. “Un año”, responde, y sonríe dejando ver los únicos dos dientes que adornan su encía inferior.
Hace 25 años, la Policía la encontró durmiendo bajo un puente. Su familia era indigente y tenía problemas mentales, como ella.
Desprotegida, Irene sufrió abusos sexuales en la calle, hasta que un ángel de uniforme la trasladó al HVLH. Sus padres murieron y el rastro de sus hermanos desapareció. Una historia más, sin final aparente, que se esconde en los muros de este centro psiquiátrico.
Sin embargo, los casos más dramáticos son los de NN Samuel y NN Andrés, ambos no identificados, dejados hace más de 30 años en los jardines del Larco Herrera.
Nivir siendo un “NN”
Viajando hacia un pasado difuso, encontramos a las madres de ambos acudiendo a consulta externa. Enterándose de la epilepsia y el retardo mental que afectaba a sus hijos. Tomando la decisión definitiva de abandonarlos.
Los pequeños fueron encontrados por las enfermeras del hospital y viven hasta la
actualidad bajo su cuidado, sobre una silla de ruedas, envueltos en pañales y sin recuerdos para el refugio.
Son solo ellos y las paredes de un hogar que no es el suyo. Samuel y Andrés deberían estar en un albergue para personas especiales. Eliane, Isabel e Irene tendrían que retornar con sus familias. Pero no pueden. Frente a ellos la libertad se muestra con candado.
Y entonces vienen las expresiones de tristeza, los llantos, las depresiones. Porque todos ellos son “conscientes” de vivir en el olvido de sus seres queridos, en un lugar donde el pasado se esfuma y los fantasmas de su mente podrían regresar al verlos desprotegidos.
Datos
Actividades. Durante la estadía de los pacientes en el HVLH se busca colmar el tiempo con diversas actividades, a fin de mantener el desarrollo de sus habilidades y pensamientos.]
Donaciones. Es por ello que el uso de libros, juguetes y materiales didácticos resulta importante. Si usted desea realizar este tipo de donaciones, así como ropa en buen estado, no dude en acercarse al centro psiquiátrico.
Análisis
“No deberían vivir en el hospital”
Cristina Eguiguren
Directora del Hospital Víctor Larco Herrera
La gente tiene el concepto errado de que un paciente con problemas mentales debe permanecer de por vida en un hospital psiquiátrico. Sin embargo, las medicinas actuales pueden lograr que una persona con psicosis se recupere en dos o tres meses y retorne con su familia y vuelva a trabajar.
Los internos abandonados por sus familias son conscientes de ello y sufren porque saben que los han olvidado. Además, el hecho de permanecer tantos años en el hospital hace que pierdan sus habilidades sociales, que cambien su percepción del mundo real externo y pierdan su derecho a la libertad.
Los adultos mayores que viven aquí deberían vivir con sus familias, ya que ninguno es peligroso y realizan labores normales, mientras que los pacientes con retardo puro, sin psicosis, que fueron abandonados en la calle o enviados aquí por orden judicial, deberían se trasladados a un albergue especial.